Narración enmarcada

Estructura puesta en abismo de dos historias lineales

Este tipo de estructura nos habla de una historia enmarcada por otra. En el cuento ambas narraciones tienen como centro un mismo conflicto, es decir, la que enmarca o historia en primer grado sirve como planteamiento y ancla para la segunda, por tanto, es necesario que suceda en la línea de acción externa, que como vimos, puede ser emitida por un narrador homodiegético (que forrme parte de la trama) o uno heterodiegético (que no forme parte de la trama) y desde esta primera historia se genera la segunda a través de un narrador personaje que puede ser intradiegético (forma parte de la historia de segundo grado) o extradiegético (no forma parte de la historia de segundo grado) y que cuenta la historia de segundo grado que profundiza en el conflicto desde su propia diégesis; esta segunda historia generalmente se narra a través del recuerdo, es decir desde la línea de acción interna con respecto a la primera historia; aunque en su diégesis pueda presentarse como acción externa.

En algunos casos, podemos presentar el clímax de todo el cuento en la historia interior, en otros, solamente explicaremos la naturaleza del conflicto, y por lo tanto, ambas tendrán que desarrollar su propio clímax y su propio desenlace. Podemos utilizar el narrador omnisciente para ambas, pero es aconsejable utilizar narradores distintos, uno para cada historia, porque obviamente, esto le dará mayor verosimilitud al cuento.

Se trata de dos historias aunque la primera interrumpe el flujo del tiempo para dar paso a la segunda hasta que ésta concluye, entonces se retoma la primera hasta su resolución. Debemos tener mucho cuidado con la acción externa de la primera historia, pues será la que sirva de marco, por lo que es usual que se utilice una estructura lineal y cronológica que haga necesaria una segunda historia que se desarrolle hasta culminar enriqueciendo o explicando la propuesta del conflicto, para después cerrar la historia marco en acción externa. Sin embargo, es posible introducir algunas analepsis en cualquiera de las dos historias sin que se pierda la estructura, siempre y cuando se regrese adecuadamente a la acción externa para finalizar. Si no somos muy avezados en los juegos con el tiempo, sería recomendable utilizar dos historias lineales para empezar a practicar esta estructura.

Es frecuente encontrar esta estructura en los relatos de terror como el Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki (1761-1815) “Que es un libro en el que los cuentos están insertados unos en otros […] formando una novela larga…” (Calvino Í. , 1987).

El conde Jan Potocki era polaco, pero escribía en francés. Hizo algunas recopilaciones de cuentos populares, escribió un conjunto de escenas para teatro, y una serie de relatos de viaje, con intenciones etnográficas. Pero la obra que lo llevaría a una tardía (y modesta) fama es un libro de relatos de aparecidos, llamado Manuscrito encontrado en Zaragoza, publicado parcialmente en 1805, pero cuya versión completa de acuerdo con los originales en francés, recién apareció en 1990. Durante algunos años, Potocki pulió con delicadeza la agarradera en forma de frutilla del azucarero de plata de su juego de té. Una tarde, cuando comprobó que la frutilla de plata cabía en el cañón de su pistola, la cargó y se la disparó en la boca. Al parecer, creía estar transformándose en lobo, así que viene perfectamente a cuento en este trabajo de niñas y lobos.

Historia del endemoniado Pacheco

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Caperucita nos muestra cómo puede ser narrada en estructura enmarcada:

Historia 1 o de 1º grado o nivel

Acción externa, narrador heterodiegético omnisciente:

Un día la madre de Caperucita le pidió a la niña que le llevara una cesta de víveres a su abuelita enferma. La niña se puso muy contenta porque podría cruzar el bosque sola. Tenía necesidad de correr, brincar y ser libre lejos de la mirada sobreprotectora de la madre. “Por fin, si me quiero dar tres machincuepas en medio del bosque, nadie me regañará por ensuciarme o por enseñar los calzones, total si llego un poco polvosa, le puedo echar la culpa al lobo: si me ensucio, le voy a decir a mi mamá que él me persiguió y ella ya no me va a regañar.” –pensó Caperucita.

La madre le advirtió de los peligros que corría de no irse derechita a la casa de la abuela:

—…siempre por el camino vecinal y sin hablar con desconocidos –insistió la madre.

Caperucita asintió distraída, ya estaba haciendo planes para pasar por unas gerberas que había visto de reojo la última vez que su mamá la había llevado a visitar a su abuelita.

Escena:

En cuanto llegó al bosque, dejó abandonada la canasta y corrió preguntándose para qué tantos consejos y tanto miedo de su madre. Cortó las flores, como lo había planeado, y ya que iba de regreso hacia el camino a recoger su cargamento vio que una especie de perro grande y pardo se acercaba a la canasta; temió que el animal se comiera el contenido, así que corrió hasta donde estaba el guiso que su madre había preparado. El animal retrocedió ante la llegada de la niña. Ella lo amenazó enarbolando su ramo de flores.

—Quítate de ahí, ¿qué no ves que esa comida es para mi abue? –dijo la niña, hablándole al lobo como cualquiera puede hablarle a un animal, sin esperar respuesta.

—Pero si solamente estaba oliendo –respondió el lobo con acento ofendido.

—¿Por qué hablas? –preguntó la niña dando un respingo.

—¿Por qué no habría de hablar si tú hablas también?

—Porque yo soy niña y tú un perrote. ¿O acaso –y las palabras comenzaron a hacerse más lentas ante ese ser de pelaje gris que la miraba; el asombro le brotó en la pregunta– ¿eres un lobo?

Porque ese ser, plantado frente a ella, no parecía la encarnación del mal, ni se asemejaba a ese monstruo horrendo que su madre había descrito, incluso, después de unos segundos, él había bajado la cabeza y, con las orejas gachas, había abandonado por completo la postura de alerta.

—No te asustes –dijo el lobo–, no voy a hacerte daño. Hablo porque aprendí de pequeño, igual que tú. Es una larga historia que no sé si deba contarte…

El lobo se quedó callado como recordando, entrecerró los ojos para enfocarla sin parecer agresivo. Sabía que la curiosidad de Caperucita había picado el anzuelo. La niña era avispada e inquieta, él sabía que esos eran rasgos que delataban un hambre insaciable de saber cosas.

—No, cuéntame, cuéntame por favor –dijo la niña, deleitándose ya con las caras de azoro que pondrían tanto su madre como sus hermanitos cuando ella les contara la verdadera historia del tan temido lobo.  

—Pero tú tienes prisa ¿no? Debes llevarle a tiempo la comida a tu abuela –dijo el lobo a sabiendas de que tenía en la punta de su larga lengua la atención de la niña.

—No importa, mira, me voy a ir corriendo por el camino de las agujas, pero cuéntame.

—¿Estás segura, Caperucita? No quiero que por mi culpa te vayan a regañar…

—No, deveras, señor lobo, me voy corriendo.

Historia o diégesis 2 o de 2º grado (segundo nivel) o metadiégesis, narrado por un personaje que aparece en la primera diégesis pero que no aparece en la segunda, sino que cuenta una historia que le contaron, así que es un narrador extradiegético omnisciente.

—Bueno está bien, te contaré: Hace muchos, muchos años, en una aldea que se fundó a orillas de los Cárpatos, existió una comunidad de ojos grises, donde hombres, mujeres, niños y niñas bonitas como tú, llevaban una vida como la de cualquier pueblo: cultivaban el campo, que era fértil y agradecido; también tenían cabras, ovejas y vacas, las mujeres eran las encargadas de cuidar del ganado, como el tesoro más valioso. Sin embargo… –siguió narrando, el lobo que se había echado a los pies de la niña, quien confiada se sentó con las piernitas cruzadas en flor frente al animal– Oye, ¿por qué no mejor tomas el camino de los alfileres? Es mucho más corto. Así si corres, recuperarás el tiempo… –continuó el lobo que como buen cazador, sabía acicatear la curiosidad de su presa.

—Sí, bueno, luego me dices por dónde, pero sígueme contando y ya no te detengas porque, como tú dices, se está haciendo tarde… –le exigió la niña con los ojos bien abiertos.

—Está bien –concedió el lobo–, como te decía, esa comunidad, que había llegado desde muy lejos, pertenecía a una antigua estirpe que guardaba celosamente un secreto.  

 

Acción interna:

Resumen:

Cuando los hombres regresaban del campo, las mujeres los esperaban sonrientes, con guisos que olían tan delicioso como ese que tú traes en la canasta. A pesar de que los niños encanecían desde pequeños, eran fuertes y sanos, jugaban, ayudaban a sus padres y dormían. Sin embargo, a partir del cuarto creciente, las costumbres cambiaban: antes de que los hombres regresaran del campo, las mujeres ya habían encerrado a su ganado dentro de los galerones construidos para eso; encerraban también allí sus aves de corral. Aquello era un griterío, las vacas mugían, las cabras y las ovejas balaban, las gallinas cacareaban, hasta que todos quedaban bajo el mismo techo con comida y bebida, luego cerraban el portón que quedaba protegido por tres trancas. Entonces se hacía el silencio. Solamente se escuchaba el balido de una cabra que andaba libre; había sido la elegida, había comido a sus anchas durante todo el mes, estaba tan gorda, saludable y hermosa. Como así es su naturaleza, la cabra iría directamente tomando camino hacia la montaña mas temprano que tarde.

Unos días después, precisamente la primera noche de luna llena, todos los habitantes del pueblo se encaminaban en la misma dirección después de haber dejado a buen resguardo sus animales con comida y bebida para dos o tres días.   En cuanto comenzaba a ponerse el sol, iban siguiendo a la pareja que caminaba con mayor prestancia. Conforme oscurecía, todos, absolutamente todos, se convertían en hermosos lobos grises que corrían montaña arriba y al llegar a la cima, en un claro, acompañaban el aullido de la pareja dominante; ululaban su derecho a ese territorio entre cantos de cacería, para luego lanzarse tras la cabra elegida y devorarla. Allí permanecían hasta que la luna comenzaba a dar el primer signo de mengua. Durante la madrugada del tercer día, ya convertidos en humanos, iban regresando poco a poco a la aldea. Eran pacíficos, la cabra que cazaban era de su propiedad, no se la habían robado a ninguna de las aldeas vecinas y, fuera de aullar, no le hacían daño a nadie Y allí seguirían de no ser porque unos comerciantes, atinaron a pasar por la aldea precisamente a finales del cuarto creciente. Los labriegos del pueblo los recibieron con una amabilidad distante. Les informaron que en ese lugar no existía ninguna posada que pudiera recibirlos. Los viajeros suplicaron diciendo que uno de ellos, venía ardiendo en calentura y temían por su vida. Una de las mujeres se condolió del hombre enfermo y convenció a sus paisanos de que les permitieran llegar hasta los corralones para darles un poco de comida y reposo, pero sobre todo, atender al hombre que tiritaba a pleno sol. Ella misma se encargó de prepararle unas cataplasmas de hierbas que lo hicieron sentirse mucho mejor casi de inmediato. En cuanto éste se sintió bien comenzó a curiosear a su alrededor, nunca había visto , casas con las paredes lisas y blancas, ni techos de teja en aldeas campesinas, aquí había varias, además de las edificaciones tradicionales de madera y paja. Buscó la cruz de la iglesia, pero no distinguió ningún edificio de mayor altura ni distinguió la torre de algún campanario. Su mirada se centró en la cabra elegida. Le sorprendió que ésta fuera tan grande y tan gorda y de inmediato se exacerbó su envidia, pensó que a aquellos campesinos no les iba nada mal y que eran unos egoístas por no darles refugio. En cuanto los extraños terminaron de comer, los aldeanos les pidieron que se marcharan mientras les recomendaban que partieran de inmediato porque en cuanto bajaba la niebla los caminos se hacía inciertos y habían escuchado que una manada de lobos rondaba la población. Los comerciantes estaban exhaustos y no querían viajar más ese día.

Escena:

—¿Podría alguno de ustedes al menos dejarnos dormir en su granero o en la caballeriza? –preguntaron extrañados, después de que la mujer había curado al joven y éste les había contado sobre la cabra y las casas tan envidiables que había visto. Además, la gente tenía un aspecto tan pacífico que no les cabía en la cabeza esta falta de hospitalidad. Lo único que los inquietó fue la mirada fría de los perros pastores de pelaje gris. Los viajantes se disgustaron, pensaron que los aldeanos ocultaban grandes riquezas y que eran tan mezquinos que no querían compartirlas.

—No nos es posible recibirlos, por favor, prosigan su camino es peligroso andar por estas sendas durante la noche, les recomiendo que partan ya ––les dijo el hombre más fuerte de la comunidad, fijando su mirada acerada en los ojillos verde serpiente del comerciante que ya recuperado, se atrevía a insistir, mientras dos perrazos grises se adelantaron gruñendo.

Los viajeros se dieron por vencidos, tomaron sus arreos y siguieron su andar, no sin antes maldecir al pueblo entero entre dientes. Iban a medio camino cuando cayó una niebla blanca y densa a través de la que se alcanzaba a dibujar la iluminiación de la luna llena que comenzaba a trepar por el cielo. Entonces notaron en el aire una densidad algo picante. Poco tiempo después empezó a oírse un suave ulular de lobos. Los comerciantes apuraron el paso, amedrentados ya casi a tientas. Para cuando llegaron al poblado más próximo, los aullidos se derramaban por el aire como una catarata.

En esa aldea tuvieron que despertar al tabernero, quien dudó en abrirles en medio de esa noche de bruma cerrada, aunque tras asegurarse de que traían con qué pagar, los dejó entrar mientras les expresaba su admiración por haber tenido la temeridad de proseguir su camino a pesar de los lobos. Los viajeros le contaron cómo no habían tenido alternativa, puesto que no habían sido hospedados en el poblado previo.

—Qué actitud más extraña, ¿no les parece? –dijo uno de los comerciantes.

—Algo debe ocultar esa gente, aunque su ganado es magnífico y su tierra fértil –añadió el de mirada verde serpiente que había sido curado por la mujer.

—Nos miraban fieramente, hasta llegamos a temer que nos atacaran para robarnos–– mintió el tercero.

El tabernero les dijo que todos en esa villa, también habían oído decir que la aldea vecina era rica, aunque no se habían atrevido a averiguar más porque temían a los lobos que aullaban cada luna llena. Atendió a los recién llegados, quienes bebieron vino a su gusto. Después, el cansancio hizo presa de ellos, sentían que sus cuerpos no podrían moverse y se quedaron dormidos en la taberna. Uno de ellos, balbuceó entre sueños:

—Debemos ir a investigar, son gente rara, no tienen iglesia, ocultan sus riquezas seguramente han sido mal habidas, hay que purificar esa aldea…

Estilo indirecto:

El tabernero los llevó a cuestas hasta un camastro, durmieron todo el día siguiente con su noche. Pero al segundo día ya se habían recuperado, así que comenzaron a tramar una estrategia para averiguar qué sucedía en la aldea que estaba a las faldas de la montaña. El hombre de mirada verde serpiente azuzó su interés contándoles acerca de la cabra gorda y libre y de esas casas blancas de piedras con sus techos firmes. ¿Cuánta riqueza no habrán de tener si dejan que un ejemplar tan valioso ande por su cuenta, sin ataduras ni pastoreo? Por su parte el tabernero declaró que le habían contado que aquel lugar era muy fértil y sus habitantes tan acaudalados que dormían sobre plumas de ganso. Pero que en definitiva eran extraños, no sabía nada de su párroco. Tres aventureros de la villa y el sacristán del pueblo se ofrecieron a ir con el comerciante que había visto a la cabra. Decidieron salir a la mañana siguiente. Llegaron al pueblo pasado el mediodía, se quedaron sin habla al descubrir que estaba vacío. Lo habitaba un silencio aterrador, caminaron a sus anchas por las callejuelas hasta que descubrieron el galerón techo de paja donde estaban los animales encerrados, en cuanto abrieron el portón se escuchó un escándalo que podría haberse comparado al que seguramente existió en el Arca de Noé. Asustados, volvieron a cerrar y el silencio regresó a la aldea. En efecto, no encotraron ningún edificio que pareciera iglesia, todas las casas eran más o menos de la misma altura, pero eran tan distintas a las suyas que se distrajeron al tratar de ver por entre los postigos y de abrir varias puertas, para ver qué podían robarles, pero no pudieron y en el intento se les hizo noche cerrada. Volvieron a reinar los aullidos y los intrusos quedaron petrificados. No sabían qué hacer, unos querían irse corriendo, otros pensaron que era mejor seguir intentando abrir alguna casa y ocultarse dentro, por lo que comenzaron a discutir hasta llegar a los puños. Ya casi de madrugada, a uno se le ocurrió que si podían trepar a cualquier techo y deslizarse por el tiro de alguna chimenea podrían entrar en una casa aunque fuera por allí. No iba a ser una labor fácil, los techos estaban muy empinados, pero ya no podían pensar en otra solución. Cuando por fin llegaron al techo los aullidos habían cesado y el cielo comenzaba a despertar. Con la luz del amanecer fueron testigos del principio de la transformación de la manada que iba irguiéndose y adquiriendo rasgos humanos. Bajaron de dos saltos y huyeron despavoridos del lugar.   Cuando la gente del pueblo regresó, reconocieron el tufo ácido del miedo, y como una nube oscura cayó sobre sus hombros el presentimiento de que sus vidas ya no serían como hasta esa noche. Los entrometidos por su parte corrieron hasta la asfixia, y a medio día se aproximaban ya al pueblo vecino. A poca distancia de la primera casa se desmayó uno, otro pidió ayuda y al cabo de un rato los rodeaba una multitud de aldeanos que escuchaban la historia, un tanto exagerada y condimentada con todas las mentiras que se les fueron ocurriendo.

Unos días después se armó un numeroso grupo, todos dispuestos a terminar con aquel pueblo de hombres-lobo. Iban encabezados por el cura, el tabernero y el hombre de ojos color verde serpiente quienes en realidad iban por el botín.

La turba llegó después del mediodía a las faldas de la montaña y de inmediato se internaron en el pueblo. A esas horas, todos los hombres jóvenes estaban en el campo. Solo encontraron ancianos, mujeres y niños. Los masacraron sin darles tiempo siquiera de saber qué pasaba, algunas mujeres quisieron hacerles frente pero fueron sometidas cruelmente, los invasores se dieron a la rápida tarea de borrar el rastro de esta gente sobre la faz de la tierra quemando las casas con las mujeres y los niños dentro. Mientras las llamas lamían aquellas nubes negras de destrucción se oían tales lamentos y llantos que en segundos se tornaron en aullidos de desesperación tan agudos que llegaron hasta los oídos de los hombres en el campo.   Éstos regresaron corriendo para enfrentarse con la destrucción de sus hogares. Fueron recibidos por los invasores, los habían tomado por sorpresa. Los campesinos de ojos grises se defendieron como les fue posible, pero los atacantes estaban preparados. Durante la lucha, algunos probaron la sangre humana y en pocos minutos ya se habían convertido en lobos, allí, frente a los ojos de sus atacantes. Muy pocos pudieron huir y esconderse en alguna madriguera del otro lado de la montaña. Pero renegaron de su parte humana y la vida salvaje y libre los conquistó. Comenzaron a cruzarse con lobos verdaderos, más pequeños y de mirada oscura, pero al fin y al cabo, menos traicioneros y crueles que los humanos.

Fin de la historia o diégesis 2 o de 2º grado o nivel

Regreso a la acción externa en Escena:

–La comunidad se disgregó totalmente. Sin embargo, de generación en generación, vuelven a toparse los descendientes de esa raza. Yo heredé el habla de mi padre. Por eso, algunas familias de lobos hablan y otras no. Cuando hablamos, lo hacemos en secreto, aunque de todas formas, los humanos no pueden escucharnos, no se acercan lo suficiente porque nos tienen miedo. Solamente alguien pequeña e ingenua como tú tiene la capacidad de hablar con seres como yo –concluyó el lobo con un suspiro, mientras se levantaba y olía el viento.

La niña que no había pestañeado durante toda la narración, se talló los ojos y se limpió las lágrimas que le habían comenzado a rodar desde la parte en que los humanos de la aldea vecina llegaron para matar a los seres pacíficos de la luna llena. Caperucita se había quedado muy seria y terriblemente desolada. No obstante, se puso de pie y le dijo al lobo:

—Lo siento mucho, señor lobo, de verdad que me da tristeza que no tengas a nadie con quien hablar. Te prometo volver para platicar contigo –la niña miró al cielo y se sobresaltó al ver que el sol había caminado un buen trecho. Se le había hecho tarde, ahora tendría que volar, más que correr para llegar a la casa de la abuela.

—Vete ya Caperucita, recuerda, toma el camino de los alfileres y verás que llegas más rápido –le insistió el lobo, empujándola con la nariz.

—Ya voy, gracias señor lobo, nos veremos pronto –dijo la niña mientras recogía su canasta y se despedía con un gesto de conmiseración.

El lobo murmuró entre colmillos:

—Claro que nos veremos muy pronto niña.

Reflexión en acción interna para relacionar ambas historias:

No le había dicho que cuando un lobo ha probado la sangre humana se vuelve adicto a ella, y transmite esta necesidad a sus descendientes. Tampoco le contó que, antes de que los humanos de la aldea vecina atacaran la de sus tatarabuelos, algunos de los seres lobo más jóvenes ya se habían aventurado cerca de la otra aldea y habían matado a una oveja…

Regreso a la acción externa:

El lobo tomó un atajo y llegó antes que Caperucita a la casa de la abuela. Se irguió casi humano y de un empujón abrió la puerta. Al verlo, la anciana se asustó tanto que se metión en el arcón que tenía al pie de la cama. No le importó esto al lobo, pues la carne de la abuela estaría correosa y con un sabor a rancio, pero sabía que Caperucita venía en camino, así que puso la tranca de la puerta de entrada sobre el arcón para atorarlo y se preparó para recibir a la niña.

Escena:

Cuando Caperucita llegó, el lobo se ocultó lo más que pudo entre las sábanas. Pero fue descubierto a la segunda pregunta. La niña gritaba:

—Eres un mentiroso, tú no eres bueno, me engañaste. ¡Auxilio! ¡Un lobo! ¡Me ataca!

         En el momento en que el cazador-guardabosques-leñador entró como torbellino, el lobo supo que su destino terminaba allí, no tuvo más que observar la mirada verde serpiente llena de odio del hombre que acababa de irrumpir en la casa.

Fin de la Historia 1 o de 1º

Como pudiste darte cuenta, la historia en primer grado es narrada por un omnisciente, es decir un narrador heterodiegético; y la segunda es narrada por el lobo convertido en narrador extradiegético, porque él no aparece en ella, solamente en la primera y como personaje a quien le toca contar la segunda.

¿Cómo lo hice?

Como te has dado cuenta con las rúbricas anteriores, existen criterios que marcan un texto como excelente y buscan que tu cuento sea legible, interesante, que atrape al lector, que se mantenga el conflicto y que la historia no se pierda. Te invito a que compares el resultado de tu ejercicio de la estructura enmarcada con los criterios de calidad que propone la siguiente rúbrica. De nuevo, es posible que el texto que escribiste se refleje en más de una columna, la idea es que lo revises y lo corrijas para que, por lo menos en términos estructurales, pueda responder a lo sugerido en la columna marcada como excelente.

Rúbrica para narración enmarcada en PDF

Para que la bajes y puedas guiarte.

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